DOMINGO 8 JULIO REFLEXIÓN
1.- Maravillados y, al mismo tiempo, escandalizados. Ese podría ser el
resumen del evangelio de hoy, de cómo la gente reacciona ante Jesús. Para
situarnos, Jesús va a su pueblo, Nazaret, con sus discípulos, y el sábado
comienza a enseñar en la Sinagoga. La gente que lo escucha, que dice el
evangelio que era “una multitud”, se maravilla porque habla con autoridad,
porque ven en sus palabras “sabiduría” y en sus acciones “milagros”. Por eso
dicen: “¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus
manos?”. Ven que no habla como los demás, como los maestros de la ley, algo es
distinto en Él, algo es nuevo, sus obras le avalan. Por eso más adelante
también dirá: “Si no me creéis a mí, creed a las obras que veis que realizo”.
2.-
Sin embargo, al mismo tiempo que se asombran y se maravillan, también se
escandalizan. Se escandalizan porque está en su pueblo y
lo conocen todos, porque saben que es “el hijo del carpintero”, de María y
José, y conocen a sus familiares, que son paisanos del pueblo. Además, Nazaret
es un pueblo pequeño y pasa lo que en todos, que todos acaban siendo familia.
Para ellos, Jesús es una persona “normal”, y piensan que una persona “normal”
no puede hacer las cosas que hace Él. El aspecto positivo de esta reacción es
que la persona de Jesús, sus palabras y sus obras, les han cuestionado, no han
permanecido indiferentes. El aspecto negativo es que la consecuencia de ese
cuestionamiento ha sido el rechazo.
3.-
Jesús se siente despreciado en su propio pueblo, rechazado por sus propios
paisanos, incluso por sus parientes y por los de su casa. La
experiencia es muy fuerte. No puede hacer ningún milagro, salvo curar a algunos
enfermos, porque les falta fe en Él. Es la experiencia del fracaso, que se hace
más dura cuando se produce con personas cercanas y queridas. Quizá algunos de
nosotros podemos sentirnos identificados con estas experiencias de fracaso:
matrimonios rotos, proyectos naufragados, negocios venidos abajo, incluso
planes pastorales, grupos, iniciativas parroquiales que no han llegado a buen
fin, decepciones personales con amigos, dificultades para vivir y hacer vivir
la fe…
4.-
Pero hay algo muy importante en todo esto, algo que hace que el profeta no se
hunda en su fracaso. Ezequiel, el profeta de la primera lectura,
recibe su vocación de profeta directamente de Dios, y es enviado a un pueblo
rebelde para que realice entre ellos su vocación de profeta, pero con un matiz
muy especial. Dios le dice: “a ellos te envío para que les digas: esto dice el
Señor. Ellos, te hagan caso o no te hagan caso… sabrán que hubo un profeta en
medio de ellos”. Ni Ezequiel, ni Jesús, ni Pablo (en la segunda lectura) se dan
por vencido frente al rechazo o al fracaso. Dice Pablo: “Por eso, vivo contento
en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las
persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil,
entonces soy fuerte”. Porque cuando fracasamos nosotros, triunfa la fuerza de
Dios, que se manifiesta en nuestra debilidad. Así actuó Jesús. Ante el fracaso
de la Cruz, triunfó el proyecto de Dios; ante la muerte, triunfó la vida. Ante
la dificultad, Dios nos llama a mantenernos firmes y perseverantes, fieles a la
tarea que nos ha encomendado, “te hagan caso o no te hagan caso”.
5.-
Jesús, ante el fracaso, no deja de actuar. Cura a algunos
enfermos y sigue predicando por los pueblos de alrededor. El profeta nunca deja
de ser profeta. El proyecto de Dios es muy importante y se hace fuerte frente a
las adversidades, frente a nuestras debilidades. Dios, muchas veces, se fija en
lo que el mundo rechaza. A Pablo le dice: “Te basta mi gracia; la fuerza se
realiza en la debilidad”. Reconocernos débiles ante Dios no es un fracaso, es
necesario para que se haga en nuestra vida y en nuestro mundo el proyecto de
Dios.
6.-
En la Eucaristía no rezamos a un muerto, aunque a veces lo
parezca por nuestra actitud, sino a alguien que vive porque ha sabido superar
el fracaso de morir en una cruz. En Jesús se ha manifestado la fuerza de Dios.
En la debilidad de un hombre crucificado, Dios ha manifestado su fuerza
resucitándolo de entre los muertos. Lo que aparentemente era un proyecto
fracasado, Dios lo convirtió en el fruto más grande para hacer crecer el Reino
de Dios.
Que nos sigamos dejando
maravillar por Dios y que no nos escandalicemos de su manera de actuar en
nuestro mundo.
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