Por José María Martín OSA
1.- Una oferta verdadera El libro de los Proverbios se sirve del lenguaje de las relaciones personales para describir la sabiduría. Las relaciones personales son más que una metáfora, son la fuente de la sabiduría. Y nuestra relación personal con Dios y los hermanos nos ayudan a vivir y gozar de la verdadera sabiduría. En nuestro mundo encontramos un amplio surtido de ofertas que venden la felicidad, pero que alejan a las personas de un vivir auténtico: trepar como sea y a costa de lo que sea, ansia de tener, de prestigio, de poder, huida de lo que supone esfuerzo, riesgo, dolor, búsqueda individualista de la felicidad... Otro camino, mucho más humano, se abre ante nosotros como posibilidad de encontrar el sentido de la vida: aprender a discernir serenamente lo que es bueno, justo y honrado, atención y cuidado en el trato con los otros y con la creación, la austeridad alegre en el uso de los bienes, el cultivo de la gratuidad y el don, la cercanía solidaria al dolor ajeno, el empeño por colaborar otros en la construcción de un mundo más fraterno, la confianza en el proyecto de Dios para sus hijos e hijas...
2.- Una invitación que merece la pena aceptar. La sabiduría invita a los seres humanos a participar del banquete que ha preparado: “Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado”. Ofrece la vida a los que siguen el camino de la prudencia y de la sensatez. El Salmo 33 nos invita a saborear a Dios mismo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. ¿Aceptaremos la invitación de la sabiduría a sentarnos en la mesa del banquete que ha dispuesto, como anticipo del banquete mesiánico?
3.- Otras ofertas de felicidad. Discernir “lo que el Señor quiere”, es la llamada que resuena en la epístola de Pablo. Pablo nos exhorta a vivir la fe en comunidad. El discernimiento implica intuición para distinguir lo que está en la sintonía de Dios y del Reino, para descubrir qué es lo que lleva a la vida para todos y vida en abundancia, para otear dónde podemos percibir la presencia de Dios en nosotros y en el mundo.
4.- La fiesta de la comunidad cristiana. Continúa Jesús el discurso del pan de vida, después de la multiplicación de los panes y los peces. La comida eucarística es el centro de la comunidad cristiana. El cuerpo y la sangre de Cristo son el alimento espiritual que el creyente necesita para mantenerse en pie, para seguir al Señor y vivir la salvación. En esta comunión, la unión es tan fuerte, tan íntima y profunda que Jesús afirma que el creyente "habita en mi y yo en él" y "vivirá por mí". Habitar en el Hijo supone participar plenamente de su vida, asumir su proyecto, seguir sus pasos. Los primeros cristianos entendieron la cuarta petición del Padre Nuestro como una petición eucarística. Como nosotros, los primeros cristianos rezaron el Padre Nuestro antes de la Comunión. Se dieron cuenta que el verdadero pan de cada día es la Eucaristía, el Cuerpo de Jesús. La multiplicación de los panes vislumbra un milagro aun mayor: la Eucaristía, el Cuerpo y Sangre de Cristo que se ofrece a nosotros. Es cuando venimos a la Eucaristía cuando recibimos la respuesta más profunda a nuestra oración: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. La persona creyente nunca podrá hacer esa búsqueda de la voluntad del Señor en solitario sino acompañada por Él y por los hermanos y hermanas con los que recorre el camino, con los que comparte su fe y su esperanza en el hoy de la historia del mundo y de la Iglesia.
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